Foto: Infobae.com
Messi mira, mira y mira hacia todas partes y hacia ningún
lado. Mascherano camina y aplaude a esa marea celeste y blanca que fue local
aquí, en Kazán, en este rincón tan lejano. Ellos y sus compañeros no aceptan
que se deben ir de la cancha. Muchos saben que ya no volverán a un Mundial. Que
fue la última vez. Messi y Mascherano ahora marchan hacia el vestuario,
liderando al grupo. Nada más queda. Es el final. Se acabó la aventura rusa para
la Selección y para una generación de futbolistas que merecía mucho más por lo
regalado antes que por lo expuesto ahora.
Francia le pegó una paliza
conceptual que no fue más amplia en el resultado porque este juego fantástico
siempre se guarda alguna sorpresa. A fuerza de corazón, de milagros y de guiños
del azar, la dignidad quedó a salvo. Sin embargo, a la reflexión no se la debe
matar. Si hubo una Selección atada con alambre fue porque padeció el abandono
de los dirigentes durante casi tres años, cambiando tres entrenadores e
impidiendo un normal desarrollo de ciclo, con la renovación que se imponía y
que ni siquiera se pudo iniciar.
Hubo un ángel que protegió a esta Selección para que el epílogo no fuese peor. No hay otra explicación para entender por qué Argentina estuvo unos minutos en partido y hasta ganando. Sí, un Ángel pensó y direccionó a ese misil de quien hasta ahí tal vez era el peor de la cancha, Di María, libre en la zona media y a unos treinta metros del arco. Se trataba de otro guiño del destino para esta Selección. Como si hubiese un complot aquí en Rusia para sostener esta aventura celeste y blanca desbordada de sensaciones que anulan a cualquier descripción que pretenda ser precisa. Es esta Selección que no se comprendía. Que se vivía. Que se sentía.
Era un martirio el partido para la
Selección porque así como apareció ese fenomenal impacto de Fideo sobre el
cierre del primer tiempo para plantear un desarrollo nuevo, también había
existido un flash de entrada que marcaría el desarrollo hasta ese perla de
Fideo. Había sido el puñal de Francia, madrugador, brutal.
No pudo controlar Banega en un
intento de ataque cerca y Pogba lanzó casi desde la medialuna gala. Mbappe, una
flecha, arrasó a Rojo, quien desesperado lo volteó aunque el pibe-promesa del
PSG se había abierto bastante. Lo que le había negado el travesaño en un tiro
libre a Griezmann se lo concedió con ese penal. Era el escenario ideal para que
Francia esperara y saliera rápido de contra. Eso que tanto temía Argentina.
A los 8 minutos, Antoine
Griezmann tuvo un tiro libre peligroso a favor de Francia (foto: Infobae.com)
Pogba se hacía un festival con sus
envíos largos para Mbappe y compañía. Eran una daga para la defensa argentina, que,
por la obligación de buscar, defendía como menos le convenía, con muchos
espacios. Fue casi media hora de padecimiento extremo. Banega
no encontraba el modo de prosperar. El falso 9 ejecutado por Messi, con Pavón
por la derecha y con Di María por la izquierda, alcanzaba para rodear a
Francia, pero no para profundizar. Y en ese encierro además quedaba la duda
hasta dónde lo forzaba Argentina o hasta dónde el equipo de Deschamps se
abroquelaba para luego despegar de contraataque
¿Era necesario un centrodelantero
en ese contexto? ¿Cuánto habría aportado si la pelota no le llegaba? Sólo una
vez había pisado el área francesa con peligro Argentina: Pavón habilitó a
Mercado y su centro cruzó el área luego de rozar la mano de Umtiti. Después, el
de Boca, tras recibir de Messi, desbordó y metió un centro que no arribó a
destino. Y punto. O no. Y Di María. Ese ángel caprichoso, enamorado de la
Selección.
Y de nuevo Di María, para el
desborde y la falta; para un centro que parece un desperdicio pero que recupera
Messi y trata de transformar en tiro al arco. En el camino de nuevo el ángel,
para hacer el movimiento justo intentando mover el pie izquierdo de Mercado, el
menos hábil del defensor: desvío y gol.
¿Qué más podía pretender
Argentina de su ángel protector que un gol en el cierre del primer tiempo y en
el arranque del segundo para encarrilar una historia absolutamente adversa?
Nada. Después, era cuestión de no desperdiciar el tesoro.
El problema fue que Francia, ahí
jugada, cambió la astucia por la ambición y atacó con convicción asesina. Ahí a
la Selección se le vinieron encima todas las debilidades futbolísticas del
medio hacia atrás: un mediocampo lento (¡qué envidia provocó Pogba!) y una
defensa con dudas que a todos se les fueron contagiando. El ángel, exhausto,
también se había entregado.
Pavard, olvidado por Di María en
el retroceso, apareció sólo por la derecha para cerrar un ataque nacido en la
otra banda con una bomba a un ángulo. Después, Pavón no siguió a Lucas
Hernández y ese centro terminó con Mbappe penetrando y definiendo ante una
frágil resistencia de Armani. Y ahí nomás, de nuevo Mbappe redondeó una jugada
nacida en su arquero y acompañada por los jugadores argentinos con movimientos
que parecían en cámara lenta.
Sampaoli, que había puesto en el
entretiempo a Fazio por Rojo y luego del tercero a Agüero por Enzo Pérez, mandó
también adentro a Meza por Pavón. Era lo mismo. Messi, que muy bien escalonado
por Francia no había logrado trascender antes, menos lo hizo desde ahí hasta el
final.
Esta Selección, excepto Messi,
nunca apostó a las razones, a los argumentos. Estableció complicidad con los
milagros. Como pudo, vivió. Sintió. Y no se entregó: Leo, en su acción más
lúcida, le sirvió el tercero al Kun en el minuto 93 y Di María casi logra el
empate. Casi… El ángel ya estaba exhausto...
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